Esta semana ha ocurrido algo importante, Rosalía le ha cruzado la cara a todos aquellos que hace años decían que no era tan buena.
Berghain no es solo un club de Berlín ni el título de una canción, es mucho más. Berghain es soberbia, es disidencia, es confrontamiento, pero sobre todo es la más pura esencia de Rosalía.
En un contexto en el que lo que más se escucha es música “fácil”, sonidos sencillos acompañados de letras literales que no dejan espacio a la libre interpretación y cuya función es abstraernos, hacernos pasar un buen rato, la catalana llama la atención con una canción que parece recrear música que jamás haya sonado.
Frente a una sociedad que parece haber dejado de pensar y en la que, cada vez más, parece aflorar una actitud ante la vida que creíamos enterrada, la artista intenta pasar desapercibida entre estas corrientes, maquillando su estética ante los cánones que avivan estos manierismos. Rosalía realmente está cumpliendo su objetivo proyectando completamente lo contrario, mientras presenta a una mujer que se dedica a las tareas del hogar y conecta directamente con las ideas conservadoras de las que se habla últimamente, el efecto que consigue es despertar a la sociedad en una llamada de atención. Berghain representa lo contrario de lo que parece, es música reflexiva, comunicadora, abierta a la interpretación personal que busca despertar las cabezas de sus oyentes y les incita a conectar con ellos mismos.
La canción comienza de golpe, o estás espabilado o te comen los violines. En la introducción se presentan las notas principales del bajo, que darán estabilidad frente a los cambios de sección y frente a un sentimiento de no saber hacia donde ir. Un ritardando desemboca en un acorde orquestal al que le sigue, después de un silencio sepulcral, la vuelta de toda la orquesta y un coro proclamando una obediencia divina hacia alguien superior. Es entonces cuando Rosalía canta cual soprano de ópera en alemán de forma tranquila y natural, conectando con la formas más humana de la expresión de los sentimientos y creando un contraste sutil con el frenético ritmo de la orquesta.
Después de una vuelta al coro, la artista interpreta la segunda estrofa, esta vez en castellano, proyectando la misma serenidad angustiosa que antes. Con las corcheas de los violines envolviendo su voz en un tempo rápido, interpreta sosegadamente una defensa personal que relata cómo ella es lo contrario a alguien, ella es la luz en la oscuridad, ella es el azúcar que rebaja la amargura de una persona. La percusión gana protagonismo, acercándonos a la intervención de Bjork, cuya voz nos cuenta el lado oscuro de la historia; al desaparecer la voz aguda y dulce de Rosalía se apaga la magnitud de la orquesta. Bjork juega a un tira y afloja con la orquesta –manifestado a través del tempo–, ambos quieren mostrar la realidad oscura detrás de las dos personas que protagonizan la historia, ambos saben que esa relación será separada únicamente por algo más grande que ellos.
Es entonces cuando la voz de Yves Tumor proclama una afirmación delirante y obsesiva con un respaldo orquestal desacompasado que resuelve en un final oscuro, dando un significado sonoro final contrario al que había en el inicio. Al comenzar teníamos frenesí y toques claros por la voz, pero ahora es un paso lento que deja atrás la delicadeza.
Hace unos años nos enamoramos de Rosalía gracias a El Mal Querer y hoy nos presenta de nuevo esa identidad que construye cuando mezcla estilos musicales de tiempos pasados con las sonoridades actuales. Esta canción ha generado un sinfín de teorías sobre su significado y todos nos hemos creído portadores de la verdad, lo que demuestra que la magia de la obra es cómo resuena con cada persona. Para mi, es la historia de un amor descompensado en la que ambos quieren, pero son todo lo contrario entre ellos y es ahí cuando la intervención divina les salva del mal que se hacen. Y para ti, ¿cuál es su significado?

